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30 días de escritura. Día 2: "Autoficción"

  • Foto del escritor: María Roda
    María Roda
  • 30 jul 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 23 ago 2021

12 de julio de 2013

Estoy en León. Acabo de ver una iglesia románica. En la radio suena una canción que escuché en la casa de Rebeca una vez que estaba borracha que dice: “¿Cuánto más necesito para ser Dios, dios, dios?”

Anoche me di severo baño de burbujas. Vomité, lo sé. He vuelto a vomitar de nuevo. Quizás porque me quedé mirándome frente al espejo del baño por el tiempo suficiente para empezar a palpar toda la grasa que me cubre, toda esa masa informe de la que estoy compuesta.

Quise cambiar de ambiente, salir a fumarme un cigarrillo, caminar a explorar un poco el pueblo al que habíamos llegado apenas en la tarde y que estaba virgen de mis pasos. Me puse los audífonos y encendí el Mp3. Gabriela y Felipe se asomaron por la ventana. No pude entender lo que decían. La música estaba muy duro. Tampoco tenía muchas ganas de escucharlos. Quería despejarme, estar sola, quería desaparecer por unos segundos, merodear por la ciudad. Ya llevaba varios días cansada de tener a este pegote de Gabriela todo el día encima mío diciéndome lo que tengo que hacer. El pretexto de este viaje era supuestamente el de ser libres, por un mes imaginarnos como los niños grandes que somos y no tener que depender de nuestros padres, ni de ninguna autoridad aparte de la de Rita, de la que intentamos escapar siempre que podemos. Pero Gabriela me encierra, no me deja hacer nada. No me deja llevar a nadie al cuarto y aparte duerme en pelota. La verdad yo no tengo ningún problema por verle las tetas. Ya he visto bastantes en el curso de dibujo de la Nacho, pero me da miedo que vuelva a pasar que Rita se ponga a tocarnos a la puerta y esta vieja en bola y yo tratando de justificarme.

Crucé el semáforo y me alejé poco a poco del hotel. Ya no hacía el calor infernal que me llevó a meterme en la tina. Había anochecido a eso de las diez mientras hablaba con Felipe de lo incómodo que era todo, que no sabía si continuar con este jueguito pendejo en el que andamos. Me le acerqué después de bajarme todo el plato de arroz con mariscos, el tiramisú y tres vasos de agua. Me alejé rápidamente, me fui a mi habitación. Le dije: “Mira, voy a darme un baño de burbujas.” Y sólo me encerré en el baño, agarré el cepillo de dientes y me aplasté el fondo de la lengua, con fuerza hacia abajo. La primera vez fue sólo una arcada, luego, la segunda, dos. A la tercera tampoco lo logré. Me miré al espejo y se me aguaron los ojos. Abrí la llave de la tina. Mientras se llenaba, tuve la sensación de que podía lograrlo. Me vacié. Completamente. Me vacié hasta que comencé a sentir el sabor a hierro de la sangre. En ese momento me detuve. Me impresionó pensar que tal vez había sido un poco excesivo. Pensé en Felipe. Pensé también en Manuel. Me metí en la tina.

Después de caminar un par de cuadras, llegué a un parque. No había nadie en la calle. Me senté en la banca menos oxidada que vi. Cuando me di cuenta de que me había quedado dormida, ya eran más o menos las tres de la mañana. Sonaba alguna canción de Nirvana en el Mp3. No recuerdo si era ese cover de David Bowie o esa que tiene el video musical en el que sale Jesús. Decidí volver al hotel. Rellené la listica esa pendeja que nos deja Rita todas las noches:

NOMBRE FECHA HORA HABITACIÓN

María Roda 12/07/2013 4:00 406

El recepcionista se había quedado dormido sobre la campanita de la mesa del lobby entonces me metí detrás de la barra para agarrar el librito. Lo llené minuciosamente, con la mejor caligrafía que pude y subí las escaleras: Rita tiene el sueño ligero y la despierta el ascensor. Los ojos se me iban empiyamando mientas recorría los pasillos verdosos y laberínticos buscando el cuatroscientos seis. Cuatroscientos doce al cuatroscientos veinte, izquierda. Cuatroscientos uno al cuatroscientos once, derecha. El nombre de Felipe no estaba anotado en el cuaderno del lobby. Cuatroscientos tres al cuatroscientos siete a la derecha. Giré dos veces. Un extinguidor, una aspiradora. Cuatroscientos seis a la izquierda. Apagué el Mp3. Cuatroscientos tres, cuatroscientos cuatro, cuatroscientos cinco, cuatroscientos…la puerta estaba abierta.

La gente se preocupa. Nadie sabe qué le pasó realmente a Felipe. Acabo de pasar un letrero que dice:

MADRID: 12 KM


Lo que importa realmente es que ya nos vamos de ese pueblucho de mierda. No nos retuvieron tanto tiempo como pensé y tampoco sospecharon mucho de Gabriela. Ella llenó el cuadernito. Agarro con fuerza su mano. Le susurro al oído un par de cosas. Él me dice que todo va a estar bien, que ya puede ver todos los colores, que ya se le quitó el mareo. Gabriela me mira desde el fondo del bus. Me volteo y baja la mirada al suelo. No te preocupes, Gabi, tu secreto está a salvo conmigo. Pero si le llegas a hacer algo…

Miro por la ventana. Ya no suena la canción. Me pongo un audífono y le doy play al Mp3.

 
 
 

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