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Girona

  • Foto del escritor: María Roda
    María Roda
  • 3 sept
  • 2 Min. de lectura

Cuando tus amigos se despidieron, bajamos por el Carrer de Girona para llegar a la Traversera de Gràcia a coger el bus. A penas se fueron, me besaste, como nos habíamos besado esa tarde sobre las piedras de la Playa de Bogatell. Besarte es muy sencillo, me resulta natural, como montar en bicicleta, algo que nunca se olvida. Nuestras bocas se comunican con facilidad y entienden de ritmos y tiempos.Te gusta meterme la lengua de a poquitos, como dando pequeños toques, pequenas punzadas.  Nos besamos y tus labios sabían un poquito a mandarina. Empezaste a jugar a ser burdo, en medio de la calle, ¡por la que podría pasar cualquier persona! Y me agarraste la cintura, luego el culo. Tú jugabas a ser burdo, entonces yo jugaba también. Te seguí besando, y mientras lo hacía, te pasaba la mano por el cabello y por el cuello. Y me miraste, con esos ojos que no sé por qué esa noche brillaban, como los ojos de un gato en la oscuridad, era como si tus ojos estuvieran hechos de ámbar, porque emanaban un ocre fosforescente que te rebotaba sobre la piel. Y tu piel, ay, tu piel. Había algo que le ocurría a mi epidermis cuando estaba en contacto con la tuya, mientras te pasaba los dedos por los tatuajes y sentía con las manos tu pecho musculoso, tus resultados del gimnasio. Tu piel morena y magnética, eléctrica, despertaba microdosis de placer en la mía, como si cada uno de mis poros estuviera pasando por una montaña rusa. Y a medida que me calentaba, la sensación me fue subiendo hasta los labios y me despertó unas ganas de besarte todo el cuerpo. Y, mientras se te escapaba algún gemidito, me metías la mano por debajo de la falda, me agarrabas las tetas. A mí también se me escapaban gemiditos mientras te besaba. Te cogía la espalda y acercaba mi ingle contra tu pantalón, te acariciaba la erección por encima del jean. Y apoyabas cada vez más tu cadera contra la mía, y me metías los dedos en la parte delantera del pantalón mientras podía sentir cómo mi vagina se ponía cada vez más húmeda. Me encanta cómo te pones cuando estás caliente, me dijiste, me lo dijiste al oído y me empezaron a sobresalir los pezones a través de la camisa. Y me entró un deseo de devorarte enterito, de meterme tu verga hasta el fondo de la garganta. Qué ganas que tengo de chupártela, te dije al oído. Y abriste los ojos, me miraste fijamente con esos dos faroles amarillos y suspiraste. Y te puse la frente contra el pecho y te lo besé.

Una luz se acercaba a nosotros, como el sonido de la tecla de un piano, que reberbera después de presionar el pedal. Había llegado tu bus.

 
 
 

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