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Honest greens

  • Foto del escritor: María Roda
    María Roda
  • 12 jun
  • 3 Min. de lectura
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La habitación tenía una forma cúbica y estaba cubierta de un papel de colgadura verde. El techo también era verde y estaba iluminado por una lámpara compuesta por diversas esmeraldas.  De fondo, un parlante verde ponía la interpretación de Manzanita del poema de Lorca: "yo te quiero verde, sí, sí. Yo te quiero verde, ay, ay, ay." Estaba colgado del techo, sujetado por unas guayas y sus cables se confundían con el papel de colgadura y caían, enredados sobre el suelo de baldosas verde Viridiana.


El mobiliario del cuarto consistía en un camarote de madera pintada de verde con un colchón verde menta, con sábanas verde aguamarina, una almohada del mismo verde menta del colchón y un cubrecamas que combinaba con el verde de los muros. La parte de abajo del camarote no tenía colchón, pero debajo de él había una alfombra de verdes trapecios.

La ventana, de marcos verdes, estaba cubierta por un blackout también verde que no dejaba distinguir qué había más allá del acrílico de color verde neón que la separaba del mundo exterior. 

Junto al camarote, había una mesa verde vejiga con un florero verde menta lleno de Monster, del que bebía una palma completamente verde. Alrededor de la mesa, unos cojines tipo puff noventeros rellenos de bolas de  icopor y de un verde Viridiana, similar al del piso, tenían una textura abullonada y afelpada. En el costado opuesto al camarote había una repisa con diferentes frascos de aceitunas y pepinillos encurtidos, así como variedades de botellas de Monster y de Vive 100. La puerta estaba en el costado lateral de la repisa. Pícaro entró tarareando a la habitación. Su piel era de color verde aceituna y sus ojos de un verde que hacía juego con las joyas de la lámpara del techo. Tenía puesta una camiseta verde oscuro con animal print, unos chicles verde metálico, medias verde claro y alpargatas verde viche. Pícaro empezó a hacer sonar sus palmas con el ritmo del flamenco que sonaba en la radio. "Yo te quiero verde, sí, sí. Yo te quiero verde, ay, ay, ay.” Meneaba su pelo verde fluorescente al ritmo de la música mientras caminaba hacia la repisa para abrirse una botella de Monster.

Pícaro era joven, aún no había madurado, el verdor que llevaba en su espíritu lo llevaba a hacer cosas irracionales, como alimentarse a punta de bebidas energizantes y de conservas en vinagre. “Verde, que te quiero verde, verde viento, verde ramas…” Seguía bailando mientras deglutía el elíxir azucarado. Más adelante, cuando fuera mayor, probablemente sería un viejo verde, como era de esperarse de todos los varones crecidos en esas verdes tierras. Quizás miraría de reojo a las muchachitas y les diría un desagradable piropo en la calle. O, de pronto, Dios quiera que no fuese así, se alistaría en las líneas de los aguacates y vestiría el verde de la Policía Nacional, montaría una moto verde fluorescente y se pondría chalecos con códigos QR poco funcionales. Aunque probablemente la atmósfera se teñiría de verde esperanza ante los cambios que había logrado la lucha feminista y, quizás Pícaro maduraría de otro modo e iría a las marchas llevando en su cuello el pañuelo verde.

Eso se sabría más adelante, pero en este momento, Pícaro no era más que un pícaro, “el barco, sobre la mar, el caballo, la montaña.” 




 
 
 

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