Recorrido sentimental de Esplugues
- María Roda
- 30 jul
- 4 Min. de lectura
Bienvenides a Esplugues de Llobregat y a esta visita guiada sentimental del pueblo al que llegué por amor y en el que me quedé, a pesar de todo.
Nuestro recorrido comienza sin entrar siquiera en el pueblo, en la ciudad de Hospitalet de Llobregat, en la estación de metro Can Boixeres. Podrán ver al fondo extenderse una vista panorámica de la ciudad más densa de España, y, si se asoman con cuidado, debajo nuestro, de este parking, tenemos una zona de huertas urbanas. ¿Por qué nos interesa este lugar, precisamente? Porque Esplugues de Llobregat no tiene metro, entonces la mayoría de su población viene hasta Can Boixeres para poder conectarse con Barcelona.
Junto a la boca del metro hay una foto con unas flores. La trágica historia que la acompaña ocurrió en los años 90 's. Se trató de un feminicidio sanguinario. La imagen que tenemos aquí es un rastro de memoria, que retumba, como el eco de los corredores de la estación.
Ahora, si seguimos hacia la derecha, veremos un polideportivo. Es el Centro Deportivo Can Feliu. Este es el lugar que me ha mantenido cuerda en estos meses de ruptura con Ramón. Aquí he expulsado todo el cortisol posible de mi cuerpo y lo he convertido en masa muscular y en serotonina. Me gusta. Las instalaciones están bastante bien y la gente que va en general es amable. Me gusta venir a nadar los lunes en la mañana y martes y jueves en la tarde al gimnasio. Incluso en invierno se ve gente mayor bronceándose en las tumbonas y la clase de rumba es la más cotizada. Hay que reservar con un día de antelación.
En estos meses, se me hacen cada vez más familiares las caras de los personajes que lo frecuentan y, en esta familiaridad, en el hilo conductor de los días, encuentro cierta tranquilidad.
Si seguimos hacia la izquierda, notaremos un descampado. Ramón me contó que cuando era niño no estaban los edificios que se pueden notar alrededor de ustedes. Era una zona en la que sólo había vehículos y en la que a él, cuando era adolescente, le atracaron tres chicos y le intentaron robar la consola.
Si vamos hacia delante, podremos ver un letrero. "Carrer Sant Jordi". Aquí Ramón y yo nos besamos y nos tomamos una foto el día de San Jordi, el día que conocí a sus padres. El 23 de abril se celebra esta fiesta en Cataluña. Coincide con el día mundial del libro y para los catalanes es una de las "diadas" nacionales. Una fiesta que no es festiva. Se trabaja, pero, a pesar de esto, las calles están repletas de gente, de paradas de libros y de flores.
La leyenda cuenta que un rey había tenido que dejar a su hija encerrada en un castillo, custodiado por un dragón. Fue Sant Jordi, el muchacho más valiente del reino, que se aventuró a rescatarla. Después de una épica batalla, mató al dragón. De su sangre, salió una rosa, que la princesa le regaló. Desde entonces, es sagrado regalarle rosas a tu amado. Si no lo haces, es una profanación de la diada.
Quizás ese fue mi error. No seguir la tradición al pie de la letra. Pero...¡sigamos! Que pronto llegaremos a Esplugues.
Cruzamos el semáforo y, ¡aquí la tenemos! Esplugues de Llobregat, el pueblo de Ramón, que ahora también es mío.
En esta rambla, que sube hasta Pollos Laura, en verano, la gente mayor se reúne a cantar habaneras. La tradición consiste en congregarse en torno a una tarima mientras se prepara ron quemado y se recuerdan otros tiempos. Las habaneras vienen de la migración catalana a Cuba, que luego volvió y se trajo sus boleros. Las melodías, en notas menores, y las letras, que hablan del mar, son entrañables.
Por aquí también nos sentábamos a hablar con Ramón y solíamos encontrarnos con sus padres, que sacan a pasear a Amber.
De hecho, si giramos a la izquierda, por esta calle, que en este momento se encuentra vallada por obras, nos encontraremos con la escuela Folch i Torras, el colegio en el que estudió Ramón. Frente a él, su casa.
Si, por el contrario, nos vamos hacia la derecha y volvemos a la rambla, podemos subir un par de calles hacia arriba y girar hacia la plaza del Bonárea. Si seguimos recto, llegamos a un restaurante venezolano, en el que una vez fuimos con Ramón a comer arepas. Él pidió una Reina Pepiada. Y ponían salsa rosa y era diciembre y me sentía en casa.
Bajando por el restaurante, hay una calle peatonal que nos dirige a una plaza. Es la Plaza del Puig Coca, donde tomo clases de catalán y donde Ramón tocaba piano de chiquito. Fue quizás en el Puig Coca donde desarrolló su oído musical y su talento para sacar canciones hermosas en muy poco tiempo.
Giremos en diagonal y subamos un poco, adentrémonos en este hermoso parque. Bajemos la cuesta, caminemos el área verde. Pasemos bajo este puente tan largo. Sentémonos en este banco que sube, a lo largo del parque. Al fondo, las casas se asoman, como si fueran pájaros cogidos de ramas. Prestemos atención al sonido de los balones de básquet rebotando contra el pavimento, al olor de las hojas. A veces pienso que Cataluña tiene un olor diferente en verano y en invierno.
Es aquí, en este banco, donde termina nuestro recorrido. En este banco, Ramón me pidió que termináramos nuestra relación, que quería desvincularse de mí, aquí fue donde se acabó.
Muchas gracias. Espero que les haya gustado esta visita guiada. Recibo aportes voluntarios.
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