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Respirar

  • Foto del escritor: María Roda
    María Roda
  • 30 jul
  • 2 Min. de lectura

En estos momentos de "crisis de los 30", la "midlife crisis", la "global warming anxiety", el "retorno de Saturno" o la mejor llamada "tusa", he recurrido a aferrarme a la rutina matutina como método de escape. Como todas las mañanas me despierto con un electrochoque de cortisol, me levanto de zopetón y me voy directo al polideportivo. Un día, que quería hacer una actividad más relajada que la habitual, decidí apuntarme a una clase de yoga. Para mi sorpresa, y aquí hago referencia al top 10 de los personajes del verano de 2025, la profesora rompía con todos los estereotipos e imaginarios que tenía hasta entonces de una profesora de yoga y parecía, más bien, una versión de la entrenadora de Glee escrita por Pedro Almodóvar. Pues bueno. Esa mujer empieza todas las clases diciendo: "Vamos a dedicarle esta clase a una intención altruista." Y yo me quedo unos instantes pensando en a cuál intención altruista, de las miles que hay, le voy a dedicar la clase. Y recuerdo ese día que fui a Montserrat y prendí una velita, no para pedirle a la virgen por la gente de Palestina, ni por los líderes sociales de mi país, ni por las personas en situación de irregularidad aquí en Barcelona, sino para rogarle que salvara mi relación. Con la imagen de la Moreneta, juzgándome desde arriba, empiezo la clase sin una intención altruista.

Me concentro, entonces, en mantener la mente y el cuerpo unidos mediante la respiración, una labor bastante complicada, teniendo en cuenta que mis pensamientos y películas que tengo en la cabeza se repiten uno tras otro y me mandan al pasado y al futuro, tiempos abstractos e inexistentes y a la validación masculina. Y me imagino tomada de la mano de alguien, pasándonos la noche entera mandándonos memes, preparando sémola en algún camping de la costa brava, mientras a dos metros nuestros hay un sapito que croa bajo la luz de la lámpara exterior de la caravana vecina. Y entonces me caigo del Guerrero II y, entre el suelo y la colchoneta, miro al espejo y a mi alrededor hay un montón de gente con las patas hacia arriba. E inspiro y pareciera que el electrochoque matutino hubiera hecho corto circuito en mi pecho porque el oxígeno no llega hasta el final de los pulmones. Pero me acuerdo de lo que sumercé me dijo alguna vez, que no importa, que igual respire, que eventualmente se me quitará ese tapón en el pecho, entonces me vuelvo a levantar, me miro al espejo e intento retomar la postura, intento respirar, y los pensamientos, y las películas ahí siguen, y es como si me pasaran agujas e hilos por todo el cuerpo, pero ahí sigo yo también, mirando el punto fijo del que habla la profesora e intentando que me llegue el oxígeno a los tendones. Y luego acabamos la práctica y nos ponemos a recitar el Ohm y cada vez me gusta más recitar el ohm porque me encanta esa sensación de mi voz como un motor por dentro de mi tórax, un motor que pone en marcha la máquina que soy de cantar y componer canciones, y de seguir mi día, buscando esa intención altruista a la cual dedicárselo.

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