top of page
0

30 días de escritura. Día 8: Cuente a partir de historias de Instagram

  • Foto del escritor: María Roda
    María Roda
  • 14 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 23 ago 2021

El año del dragón

Conocí a Dragón Dorado por Internet. Era domingo y acababa de salir del trabajo. Dos días antes me habían regalado una camiseta por cumplir un año en la empresa como asistente bilingüe. La verdad llevaba tres meses harto de hacer llamadas de servicio técnico a los Estados Unidos. Estaba cansado de responder el mismo speech una y otra vez a viejos rednecks que me tiraban el teléfono consecutivamente.

Mientras esperaba el bus, aprovechaba para scrollear de manera incesante, de abajo hacia arriba por la pantalla de Grindr. Mi pulgar se detuvo en su foto, la única de su perfil, cuya información se remitía a tres características: sugar daddy, activo, 33 años. Su sonrisa estaba a mitad de camino entre una picardía y una astucia. Matcheamos instantáneamente.


Hablamos poco por chat. Prefirió que nos encontráramos ese martes de agosto en el Jardín Botánico. Me esperaba sentado junto al mariposario. Caminamos toda la tarde, mirando cada pequeño detalle de la naturaleza de mi país, que él, siendo un extranjero, conocía mejor que yo. Cuando me besó junto a unos pistilos de orquídea, sentí por primera vez desprender el sabor a durazno que invadiría mis días para siempre.

Para Dragón Dorado, del universo de las plantas, la más hermosa era el bonsái. Vivía en el Alto de Yerbabuena, en una casa a la que sólo se podía llegar en carro. “La tradición es un legado de mi abuelo paterno. Él a su vez la heredó de su abuelo. No podemos localizar su origen, pero es algo que llevamos en la sangre.”-me decía mientras recorríamos unos nogales que nos llegaban a las rodillas.

Los días pasaban y me iba convirtiendo al mismo tiempo en su amante y aprendiz. Para él, yo era una flor de loto, llena de agua que hacía ruido, pero que tenía que canalizar, pero una flor hermosa y escasa. Me convenció de renunciar al callcenter. Dos meses después, decidí mudarme a su casa en Yerbabuena.

Jamás me imaginé a mí mismo convertido en un sugar baby…claro que antes de Dragón Dorado nunca me había imaginado a mí mismo. Me sentía tan ordinario como mis ojos color caño y mi melenita de rolo untada con gel que tenía frente al espejo. Era tan ordinario como la carrera que estudié, como el barrio donde crecí y las decisiones que tomé en la vida. Dragón Dorado era el non plus ultra del exotismo: Era un japonés de verdad, un hombre de negocios que se levantaba religiosamente a las seis a trabajar sus abdominales o sus bíceps. Bañados en sudor, hacíamos el amor hasta terminar cubiertos por un kimono, tomando café y comiendo dorayakis frente al ventanal que miraba a la sabana. Luego empacaba un maletín pequeño, del tamaño de su computador, y se iba a darle vueltas al globo, mientras yo me quedaba cuidando todos los jardines de árboles miniatura.

“Hay que cortarles las raíces sólo cuando están maduros.”-me explicaba mientras trabajábamos en el jardín de azahares.- “Es muy raro que un bonsái nazca bonsái desde la semilla.”

Comencé a ir también al gimnasio. Quería ser tan disciplinado como mi maestro y mi amante. Pero para eso tenía que dominar el zen, que para él era una forma de ser en el mundo, más que una doctrina en sí misma. En la concentración, el tiempo se dilataba y pasaban los años, pero Dragón Dorado no envejecía. Seguía viajando por el trabajo y yo seguía esperándolo, cada vez dominando mejor cada cepa de los diferentes árboles que componían sus jardines.

Una noche de noviembre, escuché un ruido en el subsuelo. Me levanté de un sobresalto. Dragón Dorado estaba de viaje en Seúl. Cuando bajé las escaleras en busca del origen del ruido, me topé con una puerta abierta, de par en par.

Cuando la atravesé, me encontré con un jardín de la casa que no conocía; un jardín que no se parecía en absoluto a los otros jardines. Un pabellón de hombres amputados y clavados contra la tierra se disolvía en las tinieblas. No podía oler la sangre ya coagulada que los cubría. De los más antiguos comenzaban a brotar hojas, pero de los más recientes se desprendían gusanos, que por muy extraño que parezca, no desprendían ninguna clase de hedor.

Salí de la casa, corrí por la vereda cuesta abajo, pero nunca pude llegar a la final del camino.

Hay que cortarles las raíces cuando estén maduros.

Ahora yo también hago parte del jardín de bonsáis.

Dragón Dorado me cuida y me riega. Me dice que pronto me saldrán hojas, y que en un año florecerán de mí flores rosadas. Me cuenta, pero sólo cada luna creciente, cuando me abona, que está buscando nuevas cepas de bonsáis y que pronto traerá una para cultivar.

Entradas recientes

Ver todo

Comments


CONTACT

info@my-domain.com  / 123-456-7890

  • White Instagram Icon
  • White Facebook Icon
  • White Tumblr Icon
  • White Pinterest Icon

© 2023 by Benjamin Diaz Photography.

Proudly created with Wix.com

Thanks for submitting!

bottom of page